Cuando la mujer se excita sexualmente, el útero empieza a latir, como un corazón, pero un poco más lentamente; como una ameba que se contrae y se expande.
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La similitud entre el útero y el corazón también la establece Leboyer, pues ambos órganos están formados por tejido muscular y ambos laten; uno continuamente, el otro, con la excitación sexual; ambos tienen su ritmo, su pulso, y de él depende la eficacia de su fisiología; y ambos tienen un enemigo; el agarrotamiento y la crispación muscular, o sea, el calambre. Cuando las mujeres recuperamos un poco la conciencia y la sensibilidad del útero, podemos percibir y sentir su latido. Con cada latido el útero se extiende y desciende, como un movimiento ameboide, hasta hacerse incluso visible desde el exterior en estado de excitación fuerte.
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Este palpitar del útero son los movimientos rítmicos de su tejido muscular impulsado por la emoción erótica; lo que desde nuestra perspectiva patriarcal que ha eliminado el deseo de la función reproductora, hemos convertido en "contracciones". La emoción erótica hace palpitar el útero suavemente, de modo placentero y mucho más eficazmente que la oxitocina química inyectada en vena.
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Dejándonos llevar por la emoción erótica, las mujeres podemos, al igual que otras hembras mamíferas, "empujar" los músculos uterinos, en el momento de la diástole de su latido, ampliando su onda expansiva, moviéndonos a favor del cuerpo y del nacimiento en lugar de movernos contra él.
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Cuando el latido del útero se convierte en los espasmos violentos de nuestros partos dolorosos, no solo los sufrimos nosotras, también la criatura los sufre. Por eso decía Reich que los úteros espásticos –explicitando que son la mayoría desde hace siglos- son los que producen nacimientos traumáticos.
En definitiva, el nacimiento es un acto sexual que se realizaría con la máxima gratificación del placer para las criaturas humanas, si la sexualidad de la mujer que pare no estuviese destruida.
Excertos de El Útero, ese desconocido
De "El asalto al hades" de Casilda Rodrigañez
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La similitud entre el útero y el corazón también la establece Leboyer, pues ambos órganos están formados por tejido muscular y ambos laten; uno continuamente, el otro, con la excitación sexual; ambos tienen su ritmo, su pulso, y de él depende la eficacia de su fisiología; y ambos tienen un enemigo; el agarrotamiento y la crispación muscular, o sea, el calambre. Cuando las mujeres recuperamos un poco la conciencia y la sensibilidad del útero, podemos percibir y sentir su latido. Con cada latido el útero se extiende y desciende, como un movimiento ameboide, hasta hacerse incluso visible desde el exterior en estado de excitación fuerte.
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Este palpitar del útero son los movimientos rítmicos de su tejido muscular impulsado por la emoción erótica; lo que desde nuestra perspectiva patriarcal que ha eliminado el deseo de la función reproductora, hemos convertido en "contracciones". La emoción erótica hace palpitar el útero suavemente, de modo placentero y mucho más eficazmente que la oxitocina química inyectada en vena.
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Dejándonos llevar por la emoción erótica, las mujeres podemos, al igual que otras hembras mamíferas, "empujar" los músculos uterinos, en el momento de la diástole de su latido, ampliando su onda expansiva, moviéndonos a favor del cuerpo y del nacimiento en lugar de movernos contra él.
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Cuando el latido del útero se convierte en los espasmos violentos de nuestros partos dolorosos, no solo los sufrimos nosotras, también la criatura los sufre. Por eso decía Reich que los úteros espásticos –explicitando que son la mayoría desde hace siglos- son los que producen nacimientos traumáticos.
En definitiva, el nacimiento es un acto sexual que se realizaría con la máxima gratificación del placer para las criaturas humanas, si la sexualidad de la mujer que pare no estuviese destruida.
Excertos de El Útero, ese desconocido
De "El asalto al hades" de Casilda Rodrigañez
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